Llevo
casi diez años viviendo en esta ciudad y pensaba que aquella estrofa que
cantaba a los naranjos de Asunción, era ya sólo producto de la nostalgia. Pero
observar, un acto tan simple y a veces
tan olvidado, sobre todo en las ciudades, me regaló la esperanza de que, tal vez, las
tardecitas perfumadas de azahar no están del todo perdidas: tercos como la
nostalgia misma, los apepú se resisten a desaparecer.